La palabra “ingeniería” proviene del latín: ingenium que significa talento y también significa “la máquina”. En el ejército romano se les llamaba ingeniarus e ingeniatum a quienes diseñaban las máquinas de guerra. Tales militares especializados también construían los caminos que unían a los pueblos bajo la tutela del poder romano. Seguidamente se edificaban para tales puestos de defensa, las obras para atender las necesidades básicas de sus moradores.
Al crecer los poblados, no solamente los soldados utilizaron los conocimientos o talentos para ir construyendo las nacientes ciudades, sino que aparecen los diseñadores y constructores que se denominaron “ingenieros civiles”. Al evolucionar el conocimiento, dichos ingenieros se han ido especializando en estructuras, en caminos, en obras hidráulicas, en costos, en administración, en materia ambiental, etcétera.
Como ejemplo de tal diversidad, me parece de gran interés lo que refiere David Salas en su blog: “entre los ingenieros franceses de los siglos XVII, XVIII y XIX surgió la necesidad de analizar la rentabilidad de las obras públicas, de forma práctica, mientras los economistas de la época discutían sobre teorías relativas”. Son los primeros intentos de lo que actualmente se llama “evaluación económica de proyectos”.